Cada primavera, el Conejo de Pascua se despertaba con un objetivo claro: preparar unas fiestas llenas de color, dulces y alegría. Pero este año era diferente. Observaba las canastas de Pascua, los colores, los montones de cartas de los conejitos esperando huevos y sorpresas, y se sentía cansado.
Suspiró, se acomodó las orejas arrugadas y murmuró: "¿Tal vez podamos prescindir del Conejo este año? Sin ideas, sin fuerzas. Todo parece haberse desvanecido..."
La hermana Annie, ágil e inquieta, lo oyó y de inmediato se enfureció: "¿Qué dices, hermano? ¡Te encanta la Pascua!".
Sí... — respondió con incertidumbre. — Pero ahora tengo menos ganas de celebrar que zanahorias en diciembre".
Annie frunció el ceño, pero sus orejas ya resonaban con nuevas ideas: "¡Entonces es hora de un reinicio! ¡Un reinicio de Pascua es lo que necesitas!"
Lo llevó al bosque, donde olía a dientes de león y piñas del año pasado. Allí empezaron a hacer dulces y adornos. "Sigue mis instrucciones y ponte manos a la obra", ordenó Annie. "¡Habrá un festín, uno de verdad, para toda la familia!"
Al principio, el Conejo simplemente ayudó obedientemente, sin mucho entusiasmo. Pero luego jugaron a buscar huevos, y algo se despertó en su interior. Empezó a buscar huevos escondidos él mismo, como solía hacerlo de niño.
¡Qué bien escondiste esas pelotas, Annie! —exclamó, resoplando de placer—. Me recordó cómo las escondí para ti y tus hermanos. Qué tiempos tan divertidos...
El trabajo continuó: recogiendo flores, horneando pasteles de zanahoria, decorando el cenador. El Conejo empezó a recordar cómo, de niño, ayudó a su padre a construir una mesa para el banquete y cómo su madre hacía éclairs de diente de león. Sonreía cada vez con más frecuencia.
¡Annie, tu reinicio está funcionando! — gritó, corriendo con un montón de zanahorias. — ¡De repente descubrí cómo colorear los huevos este año!
¡Hurra! —Annie aplaudió—. ¡No bajes el ritmo, hermano, todavía tenemos mucho que hacer!
Ayudó a colgar cintas, recogió capuchinas y admiró la nueva receta de panecillos de su hermana. La alegría se hizo más fuerte en su interior. La alegría de tener a su querida familia cerca, la sensación de que la Pascua no son solo huevos pintados y regalos, sino los momentos que creamos juntos.
Gracias por el reinicio, Annie, — dijo en voz baja mientras se sentaban a la mesa, uno al lado del otro. — Me siento como el Conejo de Pascua otra vez.
Annie sonrió y le entregó un bollo de capuchina: "Yo también te quiero, hermano. Felices fiestas".
¡Te ayudaremos!, — dijo Annie con seguridad. — ¡Juntos lo lograremos!
El Conejo empezó a ayudar a su tío a recoger los trozos de vidrio con gran entusiasmo, clasificándolos por color. Experimentaron, combinaron y buscaron la textura adecuada. Leonardo trabajaba con inspiración, pero a veces se le caían las orejas:
Oh, sobrino, ¿y si mi idea no es nada brillante?
¡Eureka! ¡Ya está! ¡La mejor decoración de Pascua! ¡Ni los pollitos se comparan!
Mientras el tío seguía trabajando, radiante, el Conejo no se movió. Sintió el regreso de ese sentimiento tan especial que caracteriza la Pascua: la inspiración, la alegría de compartir, de estar juntos.
Lo logramos, — le susurró a Annie. — No solo creamos nuevas decoraciones, sino que también hicimos realidad el sueño del tío.
¡Y nos espera un festín! — exclamó la hermana con alegría. — ¡Dense prisa, los parientes ya se han reunido!
Todo es gracias a ustedes, — dijo Leonardo, sellando la caja de huevos de mosaico. — Sin sus manos, ideas y fe, no lo habría logrado. Gracias, sobrinos.